viernes, 12 de febrero de 2021

Viril Áspid 🐍 | Relato

 

Hola mis Criaturas Literarias. Estamos en este mes del amor y la amistad, entonces se me ocurrió escribir una historia corta de romance y terror, pero terminé escribiendo algo más parecido a una historia con humor erótico con toques de terror. Quedó bastante cómica y genial, espero que la disfruten.

Humor Erótico y Terror.


PARTE I

            La ventana dejaba colar un pequeño y rectangular haz de luz que le daba de lleno en la cara. Jerome comenzaba a sentir el calor en su rostro y el sol penetrando sus párpados cerrados, transformando la oscuridad de su sueño a un rojizo opaco en su mirada. Jerome casi nunca soñaba, ―o por lo menos, nunca lo recordaba―, y esa vez no era la excepción, sus “sueños” siempre eran recordados como una simple memoria oscura, hasta que despertaba como en esa mañana.

            Después de un gran bostezo y estirar los brazos, se frotó la cara y estuvo a punto de levantarse de la cama. Sentía un particular roce entre las sábanas, era de esos días que su vigor se levantaba alegre. Miró la hora en el reloj de su teléfono posado en la mesita de noche a su izquierda y vio que eran todavía las 8:13 a.m., no tenía mucho que hacer un domingo por la mañana, así que pensó: «¿Por qué no?».

            Se sonó los dedos y bajó la mano para tocar su miembro viril… Y desde afuera de la habitación se escuchó su grito.

            En la cocina, Janice casi derrama el café que se estaba tomando al escuchar a Jerome.

            ―¿Cariño, estás bien? ―preguntó ella.

            Se escucharon los pasos descalzos de prisa y Jerome salió de la habitación desnudo con la almohada tapándose la entrepierna. Janice arqueó la ceja esperando la explicación de su novio.

            ―¡La tengo enorme! ―dijo señalándose el miembro.

            Janice soltó una carcajada hilarante y tuvo que dejar la taza de café en la mesa de madera. No paraba de reír y se limpiaba las lágrimas con el borde de su mano.

            ―Ni creas que voy a caer en esa ―decía en medio de la risa―. No te voy a hacer un oral antes de desayunar, Jerome ―arqueó la ceja nuevamente tratando de contraer su risa.

            ―No, no… hablo en serio, Janice. ―Su tono de voz era preocupado, Janice lo notó en su rostro―. Míralo. ―Y se quitó la almohada.

            ―¡Mierda! ―gritó Janice echándose hacia atrás, la silla chirrió en el suelo―. Eso no está… bien, ¿o sí? ―le preguntó.

            Con curiosidad, Janice se acercó al miembro de su novio. Estaba muchísimo más grande de lo normal, completamente erecto, duro, fuerte y rojo, cómo si acaba de tener relaciones o masturbarse.

            ―¿No te duele? ―quiso tocarlo, pero se arrepintió.

            ―Ni un poco. De hecho, iba a jalármela cuando me di cuenta del tamaño y… ―se alzó de hombros, tranquilizándose un poco más.

            Janice lo rozó con su dedo índice sobándolo un poco, el miembro se movió de arriba abajo y Jerome suspiró.

            ―Eres un pervertido, ¿Eso te gustó? ―lo observó con ironía―. No te estás tomando esto en serio… puede ser una enfermedad, ¿Sabes? ―se llevó la mano a la frente―. Mierda… y ayer estuvimos haciéndolo toda la noche, ¡Valerie también estaba con nosotros! ―se echó el cabello hacia atrás preocupada.

            ―No, no, no… Todo menos una enfermedad. Seguro es solo una alergia o algo ―se tomó el miembro y trató de observarlo más de cerca, pero no veía nada inusual además de su tamaño―. ¿Cambiaste el detergente con el que lavas las sábanas y la ropa? Seguro es eso ―se rascaba la cabeza tratando de recordar algo.

            ―No he cambiado nada. ¿Sientes comezón o algo? ―preguntó, pero se levantó de la mesa rápidamente―. Olvídalo, voy a llamar a Valerie ―corrió a un escritorio de la sala de estar para tomar su teléfono.

            ―No, no. Por favor, no la llames, esto me da mucha pena ―dijo señalándose el paquete con ambas manos―. Y no, no tengo comezón. ¿Cómo demonios nos va a ayudar Valerie? ―se sentó en el mueble de la sala.

            Jerome se veía gracioso, todavía llevaba una franelilla sin mangas, pero con el trasero destapado.

            ―Valerie es médico… o enfermera. No lo recuerdo ―comentó enredada, entre tanto buscaba el contacto en su teléfono.

            El miembro le palpitaba, sentía calor en todo el cuerpo, no solo en su entrepierna. De repente, Jerome se dio cuenta que sus pezones también estaban erectos, aunque estaba asustado comenzaba a entender que su cuerpo reaccionaba como si estuviese extremadamente excitado.

            ―¡Hola, Val! Buenos días ―saludó Janice al teléfono.

            ―Que mier… ¿Qué hacen despiertos tan temprano? ―La voz de Valerie se notaba cansada y soñolienta―. Todavía tengo resaca con todo lo que hicimos anoche… ¿En qué momento me trajeron a casa? ―y terminó la pregunta con un bostezo.

            ―¿Qué? Lo hicimos en tu casa tonta, Jerome y yo nos vinimos al rato ―trataba de explicarle―. En fin, no es por eso que te llamo, tenemos un problema ―desviaba la conversación.

            ―Me duele mucho la cabeza, Janice. ¿Podemos hablar después? ―Valerie se quejaba entre gemidos de sueño.

            ―Algo le ocurrió a Jerome, voy a cambiar a videollamada, ¡No cuelgues! ―objetó con énfasis.

            ―Está bien, está bien… pero no grites. ―Del otro lado del teléfono se escuchaba como Valerie, salía de la cama para encender la luz de su habitación.

            Jerome agitaba las manos para que Janice no enfocara su miembro con la cámara del teléfono, estaba avergonzado.

―¿De qué te avergüenzas, idiota? Ayer te la follaste ―Janice le golpeó la sien con la palma a Jerome para que se comportara como un hombre.

Él suspiró y se levantó del mueble, Janice se colocó en cuclillas para tomar el miembro con la cámara en un mejor ángulo.

―¡Pero que mierda! ―gritó Valerie―. Esa cosa no estaba así anoche ―buscó sus lentes para observarlo con más detalle.

Jerome se puso pálido, o eso creyó, en realidad estaba rojo y caliente.

―Puse esa cosa entera en mi boca ayer y te juro que no era así de grande ―Valerie colocó el teléfono en un pequeño pedestal y se llevó las manos a la sien.

―Sí, lo recuerdo muy bien ―respondió Jerome con una risilla.

Janice lo golpeó con fuerza en un costado.

―¿Te puedes comportar? Esto es serio ―Janice ya se estaba enojando.

―¿Crees que sea alguna enfermedad, Val? ―Janice tomó el miembro y lo alzó para que Valerie viera los testículos de Jerome.

―¿Qué síntomas tienes, Jerome? ¿Sientes dolor, ardor, picazón? ―preguntaba y tomó un blog de notas para anotar.

―Nada de eso, siento más bien… ―dejó de hablar observando a Janice―. No me golpees, voy a hablar en serio ―aclaraba―. Estoy muy muy caliente, tengo esa sensación cuando estás tan excitado que no puedes evitar… ya sabes, masturbarte o follar. Pero creo que es solo mi cuerpo, no creo que esa erección se baje sola ―explicaba sudando un poco.

―¿Qué tal si lo drogaron en el bar? Nosotras también estábamos muy calientes anoche ―se preguntó Janice.

―¿Bebiste de nuestras bebidas también, Jerome? ―preguntó Valerie tratando de recordar el episodio.

―Él siempre hace eso, no le gusta dejar vasos vacíos. Seguro nos trataron de drogar a todos anoche. ¿Te acuerdas de ese tipo raro y gótico con los lentes de contacto de gato? ―asumía Janice enojada.

―Entonces… Todo está bien, ¿verdad? ―interrumpió Jerome más relajado. Puedo masturbarme en el baño con la ducha muy fría, eso podría funcionar ―argumentaba, ya quería terminar la conversación.

―Eso no es una solución, cariño. ¿Puedes recetarle algo, Val? ―preguntó Janice.

―¿Qué? Soy médico veterinario, Janice ―aclaró Valerie.

Jerome aguantó la risa para no ridiculizar más a su novia.

―Escuchen, creo que sé lo que pasa ―agregó Valerie después de un suspiro―. He escuchado rumores, pero no sé me ocurre otra cosa y veo que el miembro de Jerome se ve sano, solo está digamos que “hinchando” ―dibujó las comillas en el aire.

―Entonces… ¿Qué es? ―Janice estaba ansiosa.

―Algunos compañeros me han dicho que hay personas que consumen una vitamina que le damos a los caballos para que duren mucho más tiempo con el miembro erecto para que puedan fecundar a la yegua, a ellos les cuesta un poco porque su miembro es muy grande y largo ―explicaba girando la mirada con pena, no podía creer que realmente existiese esa gente―. Quizá, pero es solo una suposición, pero quizá eso fue lo que consumiste, Jerome. Te dieron una vitamina muy potente, y con un estímulo sexual como la erección matutina y con toda esa adrenalina acumulada con lo que hicimos anoche… Bueno, ahí tienes el resultado ―especulaba mirando la pantalla el enorme y grueso paquete de su amigo.

―Me tienes que estar jodiendo, Val ―respondió Janice con la boca abierta.

Jerome se echó a reír, pero cortó la risa cuando Janice lo miró.

―¿Y la solución es…? ―preguntó Jerome acercándose al teléfono.

―¿Tú qué crees? ―le guiñó el ojo y también se echó a reír.

―No, ¿enserio me estás jodiendo, Val? ―Janice señalaba el miembro, era casi del tamaño de su antebrazo.

―Aprovéchalo, no se ve tan mal. ―Val aguantaba la risa―. Hablo en serio, el estímulo sexual puede ser la mejor manera para bajar esa presión sanguínea, follatelo antes de que le empiece a doler por no descargar esa tensión arterial. Con jalársela en la ducha no se le va a quitar ―le aseguraba.

―No me lo puedo creer… ―decía Janice observando más de cerca el enorme bulto rojo palpitando.

Jerome estaba callado, esperado poder dar su opinión, en cierto punto comenzaba a excitarle la situación, lo cual era malo, necesitaba pensar en cosas que lo distrajeran del sexo.

―Oye, no es que no quiera, porque siempre quiero, Janice. Pero hasta yo sé que esto no se ve bien, te puedo lastimar y mucho… ―aceptaba con pena.

―No seas gallina, Janice. Todas tenemos derecho a montarnos en un semental así, por lo menos una vez en nuestra vida. Es un consejo, aprovéchalo, lo más seguro es que después de que baje ese ímpetu, le costará mucho tener de nuevo una erección normal ―dilucidó Valerie.

―¡Qué! ―gritó Jerome asustado y le apretó un hombro a su novia.

―Quizá, por un par de semanas, tonto. No se te va a caer, tranquilo. Tú también disfruta, es probable que hasta tengas múltiples órganos como hacemos nosotras ―especulaba entrecerrando los ojos para imaginarse a Jerome.

―Esto te divierte, ¿verdad? ―cuestionó Janice con el ceño fruncido.

―Me divertiría más si me invitan a probarlo ―respondió levantando una ceja con picardía.

―¿No era que tenías resaca? ―le cortó la risa de inmediato.

―Guarda esos celos, Janice. De todas formas, no iba a ir tan temprano, ¿Puedo ir a verlos después de las cinco? ―solicitó con otro bostezo.

―Ok, está bien. Veré que puedo hacer con este elefante ―se resignó pellizcándole una nalga a su novio.

―Disfrútenlo, chao ―y colgó la llamada.

Janice caminó dejando el teléfono en la mesa de madera de la cocina, suspiró girando los ojos hacia arriba con una mueca odiosa y señaló con la mira la habitación.

Ambos entraron en la pieza y comenzaron a calentarse para aprovechar esa mañana como lo sugirió Valerie.

 

 

 

PARTE II

Al cabo de una hora, ambos terminaron de tener sexo. Janice estaba tumbada en la cama boca abajo sudando un montón, todavía con agitación de las últimas sacudidas.

Sin embargo, Jerome estaba sentado al borde de la cama, no estaba cansado, ni satisfecho. Miraba su miembro todavía erecto y viril, como el tronco de un enorme árbol mirando al cielo. Comenzaba a preocuparse, todavía le quedaba mucha energía.

―Debo admitir… que me gustó mucho ―decía Janice con la voz entre cortada―. Al principio no estaba segura, pero después… Ufff, no sería mala idea hacerlo de nuevo. ¿Puedes con otra ronda? ―se incorporó dando la vuelta para mirar a su novio.

―Creo que puedo con mil rondas más… Esto no se baja ―declaraba con una mezcla extraña entre orgullo masculino y temor.

Janice se le tiró encima y comenzó a besarlo. Jerome la notaba diferente, más colaborativa, más cariñosa, más… adicta. Janice siempre era la que mandaba, pero ahora sentía una especie de sumisión en ella, estaba entregada al sexo y al placer, como si aquel miembro grueso le inyectara feromonas que la excitaban cada vez más.

Jerome tampoco se resistió, no era un mal trato, le encantaba el sexo con su novia y hacerlo una y otra vez para “quitarse” esa molestia de la entrepierna, no le molestaba tanto. Solo esperaba que después de varios polvos más, todo se calmara.

Pero no fue así. Janice seguía obsesionada con montarlo y fornicar, Jerome nunca la había visto de esa manera. La mirada de Janice parecía ida, como si estuviese en otro mundo, como si fuera un robot sexual que solo sirve para una función.

Jerome trató de hablarle un par de veces durante el acto, pero no contestaba las respuestas. Simplemente respondía con gemidos, o pequeños: «Te amo», «Más fuerte», o solo «No hables».

De repente, Jerome sintió mucha sed, necesitaba para para tomar un poco de agua. Y algo extraño sucedió, su impulso sexual mientras penetraba a su mujer, no lo dejó detenerse para ir a la cocina por un poco de agua. Su cuerpo se movía por si solo, no estaba en sus cabales y en su control. Trató de resistirse y quitarse a Janice de encima, con un movimiento la arrojó en la cama y vio algo que le puso la piel de gallina y comenzó a aterrorizarlo.

Su miembro estaba diferente, era mucho más largo que antes y se movía de manera extraña, como si fuera una especie de gusano o serpiente. Los ojos de Jerome casi se salen del susto, comenzó a palidecer, ―o eso pensaba él―. De pronto, sintió como si una fuerza muscular desde su entrepierna lo empujara hacia Janice, ese miembro con vida se movía con fuerza para entrar de nuevo en ella.

―Sí, cariño. Dame más, necesito más… ―La voz de Janice era tenue y soñolienta, como si también estuviese drogada.

«¿Qué acaso no notaba nada raro?», pensaba Jerome. Su miembro reptante parecía un tentáculo, y tomó una pierna de Janice jalándola hacía él y volvió a introducirse dentro de ella con mucha felicidad.

Jerome sintió nauseas, era como estar viendo una película de terror muy bizarra y perturbadora. Su resistencia mental comenzó a agotarse y se desmayó, sin embargo, sentía como la cosa que estaba en su entrepierna seguía complaciendo a Janice.

 

            La costumbre habitual de Jerome, le llevaba a no soñar, o simplemente olvidar los sueños. Pero mientras dormía soñaba cosas abstractas: con viscosidades espesas, lenguas gigantes que se movían y unos ojos amarillos que le seguían a todos lados.

Al pasar un buen rato, Jerome comenzó a abrir los ojos. Un increíble peso agotador lo tenía tumbado en la cama, se sentía pesado y sumamente sediento.

Había muchos movimientos en su cama. Recuperaba la visión y entre toda la agitación que veía sobre él, distinguió a su amiga Valerie.

―¿Val…? ¿Eres tú? ―pronunció con una voz muy seca.

Valerie estaba desnuda en su costado, sudada y cansada. También estaba ida, su mirada no era común, igual a la que tenía Janice.

―Eres muy afortunado, Jerome. Muy afortunado ―dijo Valerie y luego lo besó intensamente.

Jerome trató de levantarse, pero le fue imposible. Cuando Valerie dejo de besarlo, vio un par de traseros en su cara, volteó la mirada al otro lado y vio otras chicas más al borde de la cama, todas desnudas y sexualmente activas, «¿Qué demonios estaba pasando?».

Reconoció a algunas chicas, eran amigas de su novia. Otra de ellas, creyó que era su vecina… pero estaba demasiado confundido y agobiado como para pensar con claridad.

Repentinamente comenzaba a sentir muchas lamidas en su miembro, era una sensación extraña, porque podía sentir una increíble terminación de flujos y sensaciones en su sexo, pero el resto del cuerpo lo sentía seco y débil.

Con las pocas fuerzas que le quedaba, Jerome gritó con una voz rasposa y adolorida, las cuerdas vocales se le rompían.

Las chicas encima de él se apartaron al escucharlo. Janice le hacía un intenso oral y se sacó el miembro de la boca para hablarle.

―Cariño, tuve que llamar a mis amigas… Hay que complacerlo, él me lo pidió ―decía Janice.

―¿Él…? ¿Quién es… ―Jerome no entendía nada.

Hasta que finalmente pudo ver… Su cuerpo estaba completamente raquítico, parecía desnutrido. Pero eso no fue lo que más le asustó. Justo en su entrepierna, ya no estaba aquel miembro masculino erecto, algo más grande y vivo se movía y lo miraba.

Era una cosa enorme y gruesa, llena de escamas negras y amarillentas, que segregaba un extraño y particular hedor sexual que volvía loca a las mujeres y no paraban de lamerlo. Lo más perturbador y atemorizante era su glande, esa cosa ya no era humana, parecía una especie de serpiente; se movía como una, tenía unos intensos y penetrantes ojos amarillos muy aterradores.

«Igual que el sujeto del bar», pensó Jerome inmediatamente.

La cosa enorme era ya mucho más grande que su cuerpo. Con esa mirada intensa se arrastró sobre el pecho de Jerome hasta llegar a su rostro. Era la viva imagen de una serpiente, pero no era de este mundo, era algo más allá de la comprensión que Jerome podía entender.

Jerome escuchó voces raras en su cabeza, no eran claras del todo, pero evidentemente provenían de la mente de esa cosa que trataba de comunicarse con él. Y aunque no entendía las palabras, comprendió el propósito de las mismas. Esa cosa venía de otro lado, más allá de su comprensión… y venía a reproducirse.

Las náuseas volvieron a él, pero la misma serpiente parecía controlar el cuerpo de Jerome para evitarlo. Justo en ese momento, la mirada esquiva de Jerome desvió su atención a Janice detallando un enorme bulto en su vientre.

La tensión se le disparó y miró a todos lados observando a las demás chicas. Todas presentaban el mismo síntoma, cada una de ellas tenía el vientre hinchado y un extraño resplandor amarillento iluminaba tenuemente su estómago, como cuando una mano intenta tapar la luz de una linterna.

―Él es la semilla, nosotras la siembra, el futuro el fruto ―dijo Janice y todas repitieron al unísono lo mismo.

Seguían repitiendo el mismo santo y seña, hasta que la cara de la serpiente estuvo a pocos centímetros del rostro de Jerome.

La parálisis que producían esos ojos era tanta, que incluso la serpiente no le permitió pestañar. Aquel reptil era mucho más enorme que una serpiente normal, algo jamás visto en el planeta, entonces comenzó a abrir las fauces dislocando su gigantesca boca.

Jerome quería gritar, gritar con todas sus fuerzas para ser escuchado por alguien. Pero entre los extraños rezos de las chicas y la garganta seca por el último gritó, solo pudo aguantar la respiración para ser devorado por aquella serpiente que alguna vez fue su miembro, convirtiéndose en una especie de ouróboros viviente, que se enroscaba de tal manera que pareciese una cáscara llena de escamas negras y amarillentas.

 

Fin


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