Había
pasado la hora de despegue, el vuelo estaba un poco retrasado y la mayoría de
los pasajeros se quejaban con la línea aérea.
Por
otro lado, Cristian estaba sumergido en sus propios pensamientos. Necesitaba
una nueva idea para escribir una historia. ¿Qué podría escribir ahora? ¿Quizá
una épica o una historia de ciencia ficción?
Cristian
apuntaba algunas ideas o bosquejos en un bloc de notas en su teléfono, luego
repasaría las anotaciones para concretar mejor una idea. Al cabo de un rato,
los parlantes del aeropuerto anunciaron la llegada del vuelo retrasado. Los
pasajeros procedieron a abordar el avión.
Sin
prestar mucha atención, Cristian ocupó su asiento, recordó que le hubiese
gustado tocar en la ventanilla y miró de reojo a su vecino. En el asiento a su
lado estaba un sujeto alto, buenmozo, de cabellera negra y una barba
cuidadosamente cortada, el tipo llevaba un traje formal negro con una corbata
muy roja. Al sentarse, Cristian captó un olor a canela proveniente del sujeto,
un aroma extraño para una colonia, pensó él.
El
vuelo no se demoró más. Las azafatas mostraban su rutinaria labor, enseñando
los procedimientos salvavidas. Cristian se los sabía de memoria y no les prestó
atención.
Durante
la travesía, la mayoría de los pasajeros reposaban en profundos sueños, otros
pocos se entretenían divisando alguna cosa entretenida en las pantallas de los
asientos frente a ellos. Cristian se aburría, de repente se sintió cansado, no
estaba de humor para seguir pensando en qué escribir, pero tampoco quería
dormirse.
―¿Qué
opina de la muerte? ―le preguntó el sujeto de traje negro a Cristian.
―¿Disculpe?
―contestó Cristian.
―La
muerte, ¿Qué opina sobre la entropía final de la vida? ―volvió a formular otra
pregunta.
―No
me gusta ―dijo Cristian, con una leve risa antes de hablar―. Le temo más a la
vida que a la muerte, por eso no me gusta. No hay nada emocionante en la muerte
―terminó diciendo, volteando la mirada completamente hacía su compañero.
―Oh
no, amigo, está muy equivocado. La muerte es fascinante, es el miedo que mueve
toda nuestra adrenalina y endorfinas ―articuló el sujeto, sacando un enorme
habano para encenderlo.
―Disculpe,
estamos en área de no fumadores… ―discutió Cristian en voz baja, miró a los
lados tratando de ver alguna azafata.
―Tranquilo,
nadie nos va a molestar. De hecho, nadie lo hará dentro de poco―. El sujeto
sorbió el habano encendiendo la punta de un rojo incandescente―. Todos en este
avión morirán ―dijo sin vacilación.
―¿Disculpe?
―preguntó Cristian, arqueando una ceja y volvió a observar a los lados.
―Repites
mucho las palabras para ser un escritor. No suenas como escribes, puede que eso
sea algo bueno, tus manos hablan diferente que tu boca ―La sonrisa del sujeto
de traje iba acompañada del humo nicotínico. Envolvía la atmosfera.
―¿Quién
es usted? ¿Nos hemos visto antes, me conoce? ―Esta vez la voz de Cristian sonó
un tanto nerviosa.
―Oh
amigo, yo los conozco a todos ―Y soltó una carcajada―. No te preocupes por los
pasajeros, quizá no se note a simple vista, pero todas las personas aquí son
malas existencias: ladrones, estafadores, malos padres, tacaños… ―El sujeto
agitó la mano para no extender su explicación―. Todos morirán, así debe ser y
así se hará ―chasqueó los dedos.
―No
comprendo, ¡Azafata! ―Cristian intentó levantarse, pero el sujeto puso su mano
en el hombro de Cristian para sentarlo de nuevo.
―Siéntate,
Cristian Amundaray. La obra está a punto de empezar ―El sujeto sonrió de oreja
a oreja, mostrando una dentadura muy blanca y perfecta.
Repentinamente
cualquier vestigio de sonido se esfumó completamente del avión, un pitido agudo
y molesto comenzó a sonar de la nada. La presión atmosférica acrecentó, como si
la gravedad presurizada hubiese aumentado considerablemente. Un estruendoso
crujido desquebrajaba las paredes y la nave aérea se tambaleó como en un
cataclismo.
En
un pestañeo, el avión estalló. Los escombros volaron por el cielo perforando
las nubes. Los pasajeros gritaban desorientados y algunos morían
instantáneamente del miedo. Las maletas y equipaje se esparcían por todas
partes chocando con sus dueños, las piezas desquebrajadas de la nave cortaban a
las personas bañando el cielo de una lluvia carmesí.
Cristian
caía en picada como una bala de cañón, la presión del aire le desgarraba la
ropa, pero misteriosamente no sentía dolor alguno en su cuerpo. Algo chocó con
él y le hizo dar vueltas en el aire, pero ese algo se quedó pegado a él. Era el
sujeto de traje que lo tenía tomado de los hombros.
―Esta
es la fascinación de la muerte, esa adrenalina de la que te hablaba en el
avión, ¿Puedes sentirla, Cristian? El horrible temor a la muerte ―gritaba el
sujeto, con su peculiar sonrisa blanca.
―¡Suéltame!
―vociferaba Cristian.
―Tú
no pertenecías a esta calaña, amigo. Eres un buen escritor, me gusta como
hablan tus manos, pero te hacía falta conocer mejor a la muerte, por eso te
puse en este avión ―le gritaba al oído.
―¿Quién
demonios eres? ¿Por qué pasa esto? ―Cristian estaba desesperado. Pronto
llegarían a tierra firme.
―Escribe
algo bueno de esto ―Las manos del sujeto se soltaron separándose de Cristian.
Un pedazo de armatoste le rebanó la cabeza.
Cristian
siguió cayendo, el viendo lo jalaba directo a una hermosa pradera verde. Al
chocar contra el suelo, se formó un enorme cráter. Los cadáveres de los
pasajeros y los escombros inundaron el prado, pero Cristian seguía allí, con la
ropa destrozada, pero con vida.
FIN
Magnífica historia!!!
ResponderBorrar¡Órale, qué original! Me gustó :-)
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