El Día de la Partida (Crónicas de un Viaje Inaudito)


El Día de la Partida

Y aunque pasamos la noche a oscuras, seguimos charlando de las buenas cosas, recordando familiares y anécdotas que nos brindasen un poco de felicidad para despistarnos del caos, ―hasta me comí otro buen par de arepas bien buenas―.
Nuevamente al amanecer, hicimos la misma rutina del día anterior: prepararnos, hablar y comer. Una vez más nos dirigimos al aeropuerto ―esta vez mucho, pero muchooo más temprano que la vez anterior―, fuimos a las 10:00 a.m., cuando el vuelo saldría a las 7:00 p.m., pero era lo ideal para lidiar con el descontrol.
Esta vez con más paciencia, caminamos con todas las seis maletas a la cola de la línea aérea, estaba vez no era tan extensa como la vez pasada ―gracias a Dios―. Pero nos conseguimos con toda la gente que tuvo que quedarse a dormir en el aeropuerto, porque no tenían un lugar a donde ir.
Afortunadamente, la luz comenzaba a llegar de a poco, había intentos de quedarse, iba y venía con desperfecto y con esa poca energía, el aeropuerto trataba lo más que podía en solucionar todos los inconvenientes.
Entramos en el proceso de avanzar en la cola para la línea aérea. De repente, mi abuelo consigue una amiga cerca que trabajaba en el aeropuerto y nos adelantó en la cola para pasar más rápido. Nos pidieron documentos, pasaporte, boletos y demás cosas para pasar a otra parte a alinearnos en otra cola ―más corta―. Seguimos un poco más hasta llegar a la taquilla, volvimos a chequear los documentos, boletos y pesamos maletas, nos asignaron los asientos indicados y hasta ahora todo iba “perfecto”.
Recuerdo que mi hermana me envió un mensaje que decía que aprovecháramos y nos tomáramos una fotografía en el característico mural de colores del aeropuerto de Maiquetia, pero honestamente yo no quería hacer eso, ―todo venezolano que se marcha del país se toma una foto ahí, y yo no quería ser parte de esa tonta “tradición” de nostalgia, tristeza, desesperanza y pena. Además, yo siempre voy en contra de la mayoría de las cosas que se vuelven populares, o como comúnmente dicen: que se vuelven mainstream. Siempre le llevo la contraría a todo, por eso camino para adelante… para llevarle la contraía al culo, así de simple―.
Luego de chequear todo y despedirnos del esposo de mi tía y de mi abuelo, tocaba hacer otra cola más… La tenebrosa y temida entrada a migración y aduanas. Otra cola muchísimo, pero muchísimo más tediosa y cansada que las anteriores, ―les recuerdo que la luz todavía iba y venía―.
Comenzamos la cola para entrar a la zona, fue fácil, simplemente mostrando el pasaporte y los boarding pass nos dejaban pasar, ―hubo mucha gente que, por alguna razón, aunque ya tenían el boarding pass, no los dejaban entrar―. Una vez dentro, la cola se extendía enormemente, líneas y vueltas y vueltas de gente de pie arrastrando sus maletas, cargando a sus hijos, empujando los coches de los bebés y por supuesto, quejándose. Allí pasamos unas tres horas más o menos, quizá más… fue eterno.
Finalmente llegamos a la zona de revisión, donde nos tuvimos que quitar los objetos metálicos, pasar todo y maletas por los rayos-x, ―el procedimiento común―. Seguido de esto, nuevamente otra cola larga hasta llegar a la taquilla. Afortunadamente esta parte fue sencilla, caminar y esperar un poco… ¡Pero! La luz se volvió a ir, esta vez de forma permanente, el caos se encendió como una mecha. Volvieron las quejas, el escándalo ―fomentado por una pendeja quejándose por el trato de los empleados que, lo único que hacían era tratar de solventar todo de la mejor manera… que mujer tan imbécil―. Aquí las cosas se complicaron, debido a que sin electricidad las máquinas de rayos-x no servían, así que la Guardia Nacional tuvo que ayudar a revisar, maleta por maleta en busca de algún objeto sospechoso, ―en pocas palabras, la tardanza sería aún más eterna―.
Llegamos a la taquilla, ―había un poco de luz generada por alguna pequeña planta de emergencia―. Nuevamente revisaron los documentos, nos hicieron un par de preguntas y como si nada, nos dejaron entrar al otro lado ―al lado oscuro, porque todavía no había luz―. Lo curioso es que a mucha gente la paraban de lleno por algún inconveniente con los pasaportes, ―mi mamá y yo asumimos que quizá era porque sus pasaportes estaban en prórroga de vencimientos o simplemente por ser de los pasaportes rojos, o sea de los viejos, y no de los azules nuevos como los nuestros. Fuimos afortunados, valió la pena pagar esos pasaportes―.
Una vez más, tranquilos y descansando un rato sentados en las butacas de la zona de espera, el hambre nos tocó la puerta, ―era raro que no hubiese pasado antes, estábamos muy cansados―. Mientras mi mamá cuidaba las maletas, fui al baño e investigué los pocos sitios de comida que estaban abiertos y vendiendo algo, solo encontré un puesto de arepas que nos vendieron dos arepas ―full equipo― con dos botellitas de agua mineral en 10$, ―caro, pero necesario por el hambre―.
Pasaban las horas, estábamos tan obstinados, que ni siquiera quise tomar fotos para documentar algo, la situación era horrible. Hubo luz por algo de tiempo y hasta pude salir corriendo para cargar mi teléfono y avisar nuestra situación, ―pero como siempre, la luz iba y venía―.
Durante largo rato, seguimos igual. Mi mamá compró un par de chucherías para comer matando el tiempo. La mayoría de los pasajeros a Portugal ya estaban en la zona de espera, entonces las autoridades comenzaban a llamar a algunos de ellos para volver a revisar las maletas, ―otro proceso extenso y lento―.
Ya eran casi las 8:00 p.m. cuando nos llamaron para embarcar, fuimos el último vuelo en salir. Nos trasladaron a otra área para agruparnos, ―me sentí literalmente como ganado―. Pero justo antes de comenzar a embarcar, entró una supervisora ―la misma que conocía a mi abuelo y nos ayudó a entrar más rápido―, y dijo que el vuelo no estaba en condiciones de partir… Todos quedamos con la boca abierta, no había ni fuerzas para quejarse.
Pero, si iniciaban nuevamente otro examen hiper mega ultra exhaustivo del equipaje de cada persona, quizá nos dejaran partir. Así que, por enésima vez, formamos una cola, ―en realidad dos colas, una de hombres y otra de mujeres―, donde uno por uno, los guardias iban revisando cada equipaje, desde el más pequeño hasta el más grande.
Mientras hacía la cola notaba las caras de desesperación, de cansancio y de resignación, pero yo estaba mil por ciento seguro que ese día volaríamos a Portugal como fuese. Me dio un poco de lástima una pareja de Suecos / Suizos / Ucranianos / Rusos / Polacos, ―no estaba seguro de qué nacionalidad tenían―, que vinieron de vacaciones a Los Roques y de vuelta a su hogar tuvieron que pasar por toda esta mierda… ―me da pena con ellos, jamás querrán volver a Venezuela―.
Durante la examinación mi mamá pasó primero y me espero del otro lado, poco a poco fuimos entrando al pasillo que se dirigía a otra zona ―dónde estábamos esperando antes―. Allí bajamos unas escaleras y finalmente nos montábamos en autobuses del aeropuerto que nos llevarían hacía el avión. Todos nos alegramos cuando vimos ese avión con una pequeña banderita de Portugal.
Uno a uno fuimos subiendo a la nave, nos recibieron los tripulantes de vuelo. Cada quién guardó sus maletas en el equipaje, cada quién tomó asiento, cada quién aguardó el momento… cada quién rezaba, cada quién estaba ansioso a la expectativa. Hasta que los motores de la nave sonaran y el avión despegara, no íbamos a estar tranquilos, ―por cierto, eran como las 10:00 p.m. ―.
Al transcurrir unos segundos, los tripulantes iniciaron el protocolo de seguridad, explicando todas las cosas del avión ―se lo deben saber―. Y ya con los motores sonando, las explicaciones protocolares dadas, un chamito gritando: ¡AL FIN! Y las risas de fondo por el comentario del niño, el avión despegó al cielo.

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