Llegando a Portugal (Crónicas de un Viaje Inaudito)


Llegando a Portugal

La pesadilla había terminado, salíamos de Venezuela a Portugal. Era interesante analizar de una manera poética y metafórica el rumbo de esta cruzada, como representábamos el infierno con la oscuridad de un apagón en Venezuela y como ascendimos al cielo en el avión, de una manera pasiva y tranquila. Y aunque el cielo donde estábamos era solo de nubes y estrellas, estoy seguro de que todos en el avión nos sentimos en el mismísimo paraíso, pronto llegaríamos al Edén.
 El viaje estuvo sumamente cómodo, era la primera vez que hacía un viaje al exterior y tenía una mezcla de sentimientos entre emocionado, asustado y ansioso. Los asientos eran bastante cómodos, tenía una pantalla frente donde podíamos: ver películas, series, escuchar música y ver el recorrido del avión en un mapa. Pero lo más importante para mí, era que tenía una ranura USB para colocar el cable y poder cargar mi teléfono, ―la batería se estaba muriendo poquito a poco―.
Al cabo de un rato, nos sirvieron unas bebidas y yo tomé mi teléfono para leer un rato, tenía pendiente la lectura de una novela de ciencia ficción llamada: Under the Skin por Michel Faber, ―quizá la conozcan por una película del mismo nombre protagonizada por la sexy Scarlett Johansson―.
Estuvo muy interesante el inicio de la novela. También vi un par de animes en mi teléfono y por supuesto dormí todo lo que pude, hasta que un pequeño destello de luz comenzó a brillar por la ventana. Esa será una vista que jamás olvidaré, una fina línea anaranjada que dividía el cielo en dos partes; un horizonte dorado que revelaba las dos caras del cielo, un nocturno y un nuevo amanecer. La luz se extendió hasta abarcar la mayor parte del cielo, fue una luz paciente que cubría todo, hasta convertir el resplandor de una ráfaga anaranjada a un azul celeste, ―por supuesto, tomé unas buenas fotografías―.
Una de las cosas que más me encantó del viaje fue el almuerzo: una exquisita carne fileteada, con croquetas de papas, pan con un taquito de mantequilla ―esa mantequilla estuvo genial―, una ensalada, quesos con aceitunas ―súper buenísimos―, un fresco, ―creo que fue Chinotto o 7 Up, no lo recuerdo bien― y para completar, un excelente postre: un mousse de chocolate con café.
Añado que normalmente el vuelo de Venezuela a Portugal tarda unas nueve horas, pero nosotros fuimos a toda potencia, tardamos apenas siete horas en llegar. Mientras tanto, me cansé de leer y coloqué en la pantalla un capítulo de la serie Friends, ―ese cap donde Chandler estaba adentro en una caja enorme―. Poco después sirvieron el desayuno, también bastante bueno; pan con jamón y queso, con café y unas galletas muy sabrosas.
El avión comenzaba a descender, observé por la ventana el mar, apenas muy pequeños unos enormes barcos. Al rato, se divisó el primer pedazo de tierra, mi primer vistazo de Europa. Luego la costa, más tarde el avión se acercaba a la ciudad, ―no sabía que íbamos a pasar tan cerca, pensé que el aeropuerto estaba más aislado, ya saben, expectativas de venezolano―.
Las primeras cosas destacables que vi de la ciudad desde el avión pasando tan cerca, fue el Cristo Rei de Lisboa ―algo parecido al Cristo Redentor de Rio de Janeiro―, y también vi un edificio con una gigantografía enorme con publicidad de la última temporada de Game of Thrones, ―aparecía Jon Snow―. Eso me causó gracia, pero a la vez me agradó la cultura publicitaria de Lisboa, ―jamás iba a ver una publicidad de ese estilo en Venezuela―.
Finalmente, el avión pisó tierra con sus ruedas y nos deslizamos hasta la estación, donde después de tanta tortura estaríamos en paz en Portugal. Me sorprendía que la mayoría de los pasajeros del avión harían transbordos a otros sitios; muchos a otros lugares de Portugal, otros a España, Francia e Italia.
Nos montaron en otro bus que nos dirigió a la estructura del aeropuerto, un recorrido muy largo, mucho más extenso que el que hicimos en Venezuela, ―el aeropuerto de Lisboa es enorme, bueno… tampoco es que he conocido muchos aeropuertos en mi vida―.
Al bajar, cada quién se separó para tomar sus rutas, apenas unos pocos nos quedamos en Lisboa y nos dirigimos a una pequeña cola para verificar documentos y recoger nuestro equipaje.
Aquí viene una parte graciosa, mi papá nos había advertido que en migración y aduanas eran bastante estrictos y nos harían preguntas difíciles del porqué de nuestro viaje a Portugal. Durante varios días estuvimos aprendiendo y estudiando las respuestas de: ¿Qué vienen a hacer aquí? ¿Cuándo se marchan? ¿A quién vienen a visitar? Etc, etc, etc, ―incluso teníamos una carta de invitación de mi papá―. Entonces justo en la taquilla para entrar, el nombre nos pidió los pasaportes, se puso a hablar con su compañero de quién sabe qué, se rieron de lo que charlaban, el sujeto colocó el sello en los pasaportes, nos dio los buenos días y eso fue todo… ―creo que el tipo ni siquiera nos vio la cara, fue demasiado rápido, seguramente todo fue gracias a los presuntuosos pasaportes azules―. Cosa que agradezco muchísimo, porque nuevamente a algunas otras personas, si las paraban allí y les hacían las preguntas. Mi mamá y yo respiramos hondo y hasta nos causó gracias saber que no nos preguntaron nada, ―bueno, yo también tengo bastante cara de portugués, así que paso desapercibido―.
Luego nos tocó buscar las maletas en la zona de descarga, estuvimos un buen rato sentados ahí esperando las maletas que nos dijeron que saldrían por esa puerta. Mientras tanto, yo trataba de captar la señal del WiFi del aeropuerto para comunicarme con mi papá ―porque las líneas telefónicas de Venezuela no funcionan en el exterior―, pero el teléfono no captaba absolutamente nada. Así que le dije a mi mamá que caminaría hasta el final del sitio para ver si lograba captar algo. Para mi sorpresa, justo al final de todo, en la última zona de descargas, estaban nuestras maletas varadas, junto a otras maletas más. Salí corriendo para avisarles a los demás.
Al recoger el equipaje, ―depositándolos en unos carritos del aeropuerto―, nos dirigimos a la salida con la esperanza de encontrar a mi papá por allí. Cuando salimos, mi papá estaba ahí en frente en primera fila, nos grabó con el teléfono y le dio un pequeño ramo de flores a mi mamá, ―seguramente lloraron un poco, pero no lo vi―. Yo apuré mi mamá, porque estábamos en medio de una rampa donde bajaba la gente con sus maletas y carritos. Cuando llegamos al final, mi papá nos dio un fuerte abrazo, creo que todos dijimos lo mismo cuando nos vimos: “Ya estamos aquí… ya llegamos”. Después de casi un año sin vernos, ya estábamos en Lisboa con mi papá.
Aquí empezó el choque cultura, el genial choque cultural. Apenas unos minutos en el aeropuerto y ya comenzaba a notar las grandes diferencias: la amabilidad, el orden, lo correcto y el deber ser de las cosas y las personas, ―y no digo que el venezolano no sea amable, son dos tipos de amabilidad distinta―.
Lo primero, una fila correcta, recta, sin ruido y estable para tomar los taxis; me dejó sorprendido el orden de esa fila. Ahí fue un recorrido corto ―ya que vivimos cerca del aeropuerto―, conocimos un poquito los alrededores en la ciudad, en ese paseíto vi todo el tipo de publicidad genial y creativa que alguna vez si logré ver en Venezuela, pero que ya ahora no la vemos mucho, y por supuesto otras que jamás vería como la de Game of Thrones que ya mencioné, otras como de Capitana Marvel y West World ―otra serie de HBO que les recomiendo mucho―.
Cuando llegamos al apartamento, vimos el estilo de los edificios: las casas como villas muy bonitas, las escaleras para subir a los parques y caminadoras, etc, etc, etc.
Cambios tontos y radicales que me gustaron mucho, como que puedo tomar agua directamente del lavamanos, porque Lisboa tiene una de las aguas potables más limpias del mundo, ―cosa increíble, porque de pasar a tener agua color tamarindo saliendo del grifo en Maracaibo, a tomar agua potable del tuvo… ¡Eso si es sorprendente!―. Hablando del agua, ―aquí es un poco costosa. Además, que los otros servicios también son pagos como: la electricidad y el gas―; las pocetas ―o inodoros, el WC, el trono o como le quieran decir―, tiene dos botones para surtir agua, un botón para el N1 ―que tiene menos agua, porque solo es orine―, y otro botón para el N2, ―que obviamente vierte mucha más agua porque es… mierda―.
Otras cosas como qué aquí hay que clasificar la basura en: papel, plástico, vidrio, etc, etc, etc. Como también que, de noche, los pasillos en los lugares no tienen la luz encendida siempre, sino que tienen un sensor de movimiento para que cuando alguien ―o algo― pase, el sensor capte el movimiento y la luz se enciende para alumbrar, ―eso me parece ahorrativamente genial―. Puedo sacar mi teléfono en cualquier parte sin el temor que me roben, puedo dejar un bolso en el suelo para tomarme una foto y nadie se lo va a llevar y muchaaas otras cosas similares.
En la calle se respectan absolutamente todas las señales de tránsito. La gente sí camina en la acera, cruza en los rayados y algunas veces no se atraviesan cuando está la luz roja, ―claro, si no hay carros pasando y está la roja, obviamente vas a pasar―. Pero lo más sorprendente es que si vas a cruzar la calle y viene un carro, ¡no tienes que correr por tu vida, porque el auto te sede el paso!
En Venezuela no pasaba eso y les explicaré porqué; creo que todos están al tanto de la inseguridad del país, eso causa que cualquiera ser humano consciente del peligro ―y con cuatro dedos de frente― esté atento a cada detalle cuando caminamos, ―por eso en Venezuela no andamos escuchando música o llevando los teléfonos en la calle―. Por ende, desarrollamos ojos en la nuca, pendientes de cualquier actividad extraña o sospechosa con otras personas que tenemos alrededor. Ergo, cuando estamos parados en un semáforo para cruzar la calle, literalmente corremos por nuestra vida. Simplemente porque pensamos en dos opciones: si estoy parado mucho tiempo allí sin hacer nada, me pueden robar, o si no cruzo rápido, me van a atropellar, incluso si está la luz roja para los carros, ―sí, porque en Venezuela, ni el semáforo es respetado―.
Y bueno, hay muchísimas cosas más que contar, pero esta crónica se está extendiendo demasiado, quizá más adelante haga unos videos en mi canal de YouTube para que puedan ver mi vida por aquí; los lugares, las costumbres y los geniales choques culturales.
Les agradezco un motón que se hayan tomado el tiempo de leer las Crónicas de un Viaje Inaudito, que no debió ser así. Hasta la próxima y nos vemos en unas futuras historias oscuras.
Muchas gracias, soy Augusto Andra.

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